Renata Berra Maranesi / 4 minutos / Diversidad y Género / Crónica

El reloj marca las 17.30 cuando se abren las puertas del tren en Rivadavia. Doy un paso y estoy adentro. Dentro del mismo tren que me tomé a la mañana y sentí miedo cuando un varón se me sentó al lado. Pero ahora el panorama es diferente: está repleto de mujeres. No hace falta que lo piense dos veces, lo sé: todas vamos hacia el mismo destino.

En Núñez se sube Sofi, una amiga que no veo desde hace dos años. Nos vamos a encontrar con Vicky, mi fiel compañera de lucha. Nos tomamos el subte, bajamos en Avenida de Mayo y empezamos a patear para Congreso. “Fua –pienso- no estoy sola”. Una multitud de mujeres camina hacia la misma dirección. Carteles, sonrisas, llantos. Música que da calambre para distraer al cuerpo cansado y callar al patriarcado. Miradas cómplices, abrazos y el color violeta por todos lados. Hay mucha gente, pero nadie me empuja.

Ya son las 18.30, el sol no me deja ver a mi alrededor, pero no hace falta, porque estamos todas juntas. Un escalofrío se apodera de mi cuerpo y no hace frío, hacen casi 30°. Y así como si el escalofrío tomase forma, decide posarse como nudo en mi garganta. Me estoy por poner a llorar, y no es de bronca. Es de emoción.

Recibí historias que inspiran

Mi cabeza se niega a pensar en que por un momento dudé en dar el presente. Nunca había venido, estaba nerviosa y tenía miedo de que esto me termine de golpear por completo. Porque así empecé el Día de la Mujer: harta. Con ganas de tirar la toalla. Ya dije todo lo que tenía que decir. Ya le paré el carro a quien se lo tenía que parar. Ya leí los números. Ya dejé de caminar sola por la calle. Ya dejé de salir en escote por las dudas de que el Uber me lleve. Ya grité, peleé, lloré. Mi cuerpo necesitaba un descanso.

Y aun así, harta y sin energías, tuve el impulso de ir. No tengo dudas: fue la decisión correcta.

Camino, me siento libre y acompañada. Por cada paso que doy leo un cartel. “¿Te cansás de escucharlo? Nosotras de vivirlo”. “Que ser mujer no nos cueste la vida”. “Rotas nunca más, vivas nos queremos”. “Tranquila hermana, esta es tu manada”. “Marcho porque estoy viva y no sé hasta cuándo”. “Feliz va a ser el día que no falte ninguna”.

Ya son las 19.10 cuando me cruzo a Benicio, un nene de seis años a upa de su mamá Evelyn. Con sus manos alza un cartel: “¡Quiero que mi mamá llegue a casa todos los días!”. Uf, se me estruja el corazón. “Estar acá es algo muy emocionante y más aún vivirlo con él. Una como madre trata de enseñarle principios y valores desde chico, enseñarle a valorar a la mujer. Hoy le expliqué por qué veníamos y qué veníamos a hacer. Es un orgullo compartir esto juntos”, me dice Evelyn de 26 años.

Y agrega con ojos cristalinos y la voz quebrada: “Como mujer venir a la marcha moviliza mucho. Te hace recordar situaciones que viviste a lo largo de tu vida y hoy para mí estar acá es un paso muy importante”. Me arrepiento de no haberla abrazado.

Evelyn y Benicio, madre e hijo en la marcha del #8M.

Mara tiene 67 años y también se acercó al Congreso en busca de un mundo sin sesgos, ni violencia, ni discriminación. La veo y no puedo contener las ganas de ir a hablar con ella. Para mí, con 22 años, es muy fácil ser parte de este movimiento. Lo llevo en la sangre. Pero ella nació y vivió por años donde el machismo era la única realidad. Cuando el patriarcado no incomodaba, sino que era la ley y el orden. Cuando nos pasaban por encima, nos pegaban como moneda corriente y nos trataban como objetos. Todo esto sigue pasando, pero estamos de pie para hacerle frente. Y Mara, ¿qué siente?

“Siento que estuve dormida mucho tiempo. Esta generación viene a despertarnos a las mujeres más grandes. Todos los días aprendo que mientras más crezco, más se me abren los ojos”, me cuenta con una sonrisa que disfraza su rostro. Ella no guarda rencor a su pasado, ella mira para adelante sin resentimiento, enojo ni bronca. ¿No será que ella también nos enseña a nosotras?

Mara se encuentra en la marcha con su hija, si bien no fueron juntas. “Comparto este movimiento con ella y mis dos hijos varones. Los tres me ayudan a deconstruir y construirme”, concluye. Mientras que Julia, su hija de 31 años, manifiesta: “Estar acá es emoción pura. Compartir esto con mi mamá está buenísimo, es un camino difícil, un trabajo del día a día. Pero yo también estoy deconstruyéndome y tenemos charlas súper desafiantes. Me pregunta cosas que yo capaz no sé y juntas nos sentamos a informarnos. Nos encontramos los domingos en un almuerzo y surgen conversaciones donde buscamos términos, aprendemos”.

El Congreso un 8 de marzo de 2022, donde aprendí que ser mujer es bello.

Termino de hablar con Julia y me siento en el pasto. Ya se está haciendo de noche y las estatuas frente al Congreso se empiezan a teñir de violeta. Somos muchas, estamos juntas y nada nos para. Falta poco para pegar la vuelta, pero no quiero. Me quiero quedar a vivir acá, en este mundo donde nadie juzga, nadie opina, donde todas somos una. Por primera vez en mucho tiempo no me da paja ser mujer. Ser mujer es bello. Ser mujer es un orgullo. Y acá estamos todas para demostrárselo a cualquiera que nos haga sentir lo contrario: de pie, con la frente en alto y más vivas que nunca.

Estamos a 8 de marzo y en lo que va del año, hubo 64 femicidios y travesticidios, 74 mujeres desaparecidas y 57 infancias quedaron huérfanas.

Hoy es 9 de marzo. Vuelvo a sentir miedo. La lucha a nosotras ya nos queda chica, y a ustedes, varones, les queda grande. Es el momento de ustedes muchachos, alcen la voz. Escúchennos, acá no venimos a atacar a nadie. Solo queremos caminar solas por la calle sin tener miedo. Queremos que se nos valore por nuestro laburo. Queremos salir vestidas como se nos canta. Queremos tomarnos un colectivo a cualquier hora. Queremos vivir sin miedo a que le pase algo a nuestra mamá, hermana, amiga. Queremos que nuestras madres no se queden despiertas cuando salimos de joda. Queremos dejar de compartir ubicación cada vez que vamos del punto A al punto B. Queremos ser dueñas de nuestro cuerpo. Queremos que nadie nos toque. Nadie nos mate. Queremos estar vivas. Porque sí, feliz va a ser el día que no falte ninguna.

Hoy les toca a ustedes.

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