María Arias / 5 minutos / Opinión
Tomar la decisión de irte de tu país y dejar tu hogar, no es una situación donde todo es “color de rosas” como la gran mayoría de la gente piensa. Como cualquier decisión en la vida, tiene sus cosas positivas y otras no tanto, emigrar no es para cualquiera.

Dejar a mi familia, mis amigos, mis costumbres fue de las situaciones más fuertes que tuve que enfrentar. Además cargué con el peso de saber que aquellos que se quedan también sufren mi partida. Si bien en los últimos años fuimos muchos los que elegimos dejar nuestro hogar por diferentes razones y probar una “mejor vida” en otra parte del mundo, no se habla mucho sobre la otra cara de la moneda al emigrar. El desarraigo, el peor enemigo de los que se van.
Recibí historias que inspiran
En 2017 me fui de Argentina. Tenía 17 años. Tomé dos vuelos y aparecí en la otra parte del mundo, Australia.
Esa larga y dolorosa despedida que pareciera no tener un fin, es de los peores momentos que una persona que emigra puede vivir. Comienza unos días antes de irte. Uno se encuentra preparando todo lo necesario para irse, pensando en todo lo nuevo que va a tener que enfrentar. Empiezan las dudas, los miedos, las incertidumbres, la ansiedad, los nervios, los pensamientos intrusivos que no te dejan un segundo en paz. Frenas, y te preguntas ¿estoy haciendo lo correcto?
Los días anteriores nadie se quiere ir. Empezás a cuestionarte todo. Y ni hablar cuando llega el día de partir. El nudo en la garganta se profundiza, ver a tu familia llorando es una daga al corazón. Ese último abrazo, que queda inundado de lágrimas. Y pensás ¿habrá próxima vez? El miedo te penetra hasta lo más profundo de tu ser y la angustia domina. El aeropuerto testigo de tantas despedidas, tantos corazones rotos, tantas ilusiones que despegan en ese avión dejando a incontables personas con la esperanza de volver a verte.

Generalmente cuando uno toma la decisión de irse es por un bien a futuro. Hay gente que se va para vivir nuevas experiencias, otras personas que toman la decisión con el fin de buscar estabilidad económica y vivir más seguros, gente que quiere salir de su zona de confort e infinitos motivos más. Pero si bien uno busca en esa nueva aventura priorizar los buenos pensamientos, no todo sale como uno espera o como uno se lo imagina.
Una vez que emprendes el viaje comienzan a surgir nuevos problemas, nuevos miedos, te empezás a sentir incómodo en muchas situaciones. Y no queda otra que enfrentar estos desafíos. Lidiar con gente que te discrimina por ser inmigrante, con gente que cree que es superior a vos porque tu idioma nativo no es el inglés. Pensar que al tomarte ese avión todos los problemas van a desaparecer es una gran mentira. En otros países también roban, también estafan y también tenés que estar con un ojo abierto por precaución. ¿En menor medida? Quizás, pero el error está en pensar que afuera todo es perfecto.
Hay muchas cosas que idealizamos, pero no es nada fácil tener que comunicarte en otro idioma, arrancar de cero en otro país, no poder tomar mates tranquila sin que te pregunten si es droga, tener que aprender que no suelen abrirte las puertas de sus casas como estamos acostumbrados,aprender a hacerte nuevos amigos. Viajar, irte a vivir a otro país, en mi opinión, es una de las experiencias más enriquecedoras que una persona puede vivir. Pero también, es una experiencia en la cual se crean falsas expectativas de que te subís al avión y tu vida va a cambiar radicalmente pero eso está muy lejos de ser verdad.

Nadie habla de todas las noches que pasas llorando por extrañar a tu familia o a tus amigos. De la cantidad de veces que te sentiste solo y que nadie te entendía. Nadie habla de lo duro que es ver por redes sociales que tus amigos están todos juntos comiendo un asado cuando vos morirías por estar unas horas charlando con ellos. De los cumpleaños lejos de casa, de estar enferma y lo único que queres hacer es estar con tu mamá. Nadie habla de todo esto, pero pasa.
A pesar de todas las adversidades y los pensamientos que rondaban en mi cabeza, aproveche la oportunidad que se me presentó y que busqué de terminar el secundario e irme a estudiar Administración de Empresas a Australia, Sydney. Sentía que necesitaba un cambio, salir de mi zona de confort. Siempre me interesó mucho aprender sobre nuevas culturas, perfeccionar mi ingles, empezar a manejarme sola y hacerle frente a todas las adversidades que se me presentaban en el camino. Y fue de las mejores experiencias de mi vida. Volvería a tomar las mismas decisiones cuantas veces sean necesarias. Tuve el apoyo de mi familia desde el primer minuto, y eso fue lo más importante para emprender esta aventura sola. Pero eso no quita que también hubieron imprevistos y situaciones que me hicieron crecer de un minuto al otro sin antes consultarme.

Los primeros cuatrimestres me quedé viviendo en el campus de la universidad. Al ser menor de edad, la institución era responsable de lo que me pasara. No podía ir a ningún bar ni boliche y todos los días tenía que acreditar que después de las nueve de la noche no salía del campus. Esto no fue fácil para mí porque los primeros meses en un país nuevo, con gente nueva, es la mejor etapa para entablar relaciones y hacer amigos y me perdí gran parte de las juntadas por ser menor. Por suerte eso duró solo dos meses. Cuando tuve más libertad fue el momento que todo empezó a cambiar. Empecé a salir más, conocer más gente, a hacer amistades.
Al principio me hice un grupo de amigas todas australianas. Por separado me sentía muy cómoda con cada una de ellas, pero cuando se juntaban las 8, me sentía un sapo de otro pozo. ¿Cómo nadie me había advertido del acento Australiano? Fui a un colegio bilingüe, con un muy buen nivel de inglés, pero esto era otra historia. El acento australiano no se le asimila en nada al estadounidense o al inglés. Pero sabía que era cuestión de tiempo para adaptarme a esta nueva lengua, porque si, para mi, en ese entonces, era como un nuevo idioma. Y pensaba ¿podré hacer toda una carrera universitaria en este idioma? ¿cómo voy a hacer si no entiendo algo? ¿podre forjar amistades profundas no hablando el mismo idioma nativo? Miles de preguntas me rondaban en la cabeza dia y noche. Pero si, si se puede. Es cuestión de adaptarte y ponerle voluntad.

Después de tres meses ya me sentía como pez en el agua. Me hice amigos de todas partes del mundo (Australia, Tailandia, Malasia, Alemania, España, Estados Unidos, Noruega, entre otros). Tengo la suerte de decir que mis amistades universitarias siguieron y seguirán a lo largo del tiempo.
Cuando todo parecía tomar rumbo hacia lo bueno, sucedió una de las cosas más fuertes que me tocó vivir. Cuando estaba dando mis primeros pasos en este lugar desconocido, una de mis primeras amigas le agarró un ataque al corazón y falleció. Fue un golpe durísimo para mi. Vivir la muerte tan de cerca me paralizó. Me pasé días y noches pensando qué estaba haciendo. Me preguntaba porque me había ido hasta la otra punta del mundo, sola. No tenía a nadie más que a mí misma. Me empecé a replantear todas mis decisiones. ¿Y si me pasa algo estando tan lejos de mi familia? Este es otro de los tantos desafíos que me tocó superar.
A pesar de todo, creo que ir a experimentar cosas nuevas a otro país es de las mejores experiencias que cualquier ser humano puede experimentar. Requiere coraje. Mucho. Pero una vez que logras silenciar a los fantasmas de tu mente y lo haces, te lo vas a agradecer toda la vida. Salir de tu zona de confort genera miedos, pero también es lo que te hace crecer. Así que te invito a que te animes, a que des ese paso que tanto estuviste pensando en dar, porque no te vas a arrepentir. Y no aplica solo para que agarres tu vida y la lleves a la otra punta del mundo. Aplica para todas las situaciones de la vida, en las cuales se nos presentan dificultades extremas en dónde uno duda, pero en las cuales uno tiene que animarse y tan solo seguir. La vida es muy corta para no hacer cosas por miedo.
Le agradezco a mi yo de hace 6 años que con miles de miedos igual se animó. Hoy no soy la misma persona que era en el 2017 y en gran parte todas estas experiencias me hicieron crecer. Saltá al abismo, anímate. Nada puede salir mal si seguimos lo que el corazón nos dicta.
“Como cuando la arena quema y te da igual porque sabes que corres hacia el mar. Así deberíamos vivir” – Anónimo.