Tiffany Del Maestro / 4 minutos / Mundo

Corre la sangre fría. Se apilan los escombros de las viviendas destruidas. Suenan las sirenas incesantes. Se oyen los estruendos de las bombas y, a lo lejos, llantos desde los sótanos que dan cuenta de los escondidos o de los recién nacidos en la penumbra. Familias rotas e hijos huérfanos cruzan las fronteras con tan solo un número telefónico que alguna vez fue escrito en sus cuerpos a puño y letra por uno de sus padres, cuando la guerra no estaba a la vuelta de la esquina.

Nadie gana. Sufren, huyen y mueren los inocentes. 

Van 56 días desde la invasión. En estas siete semanas se escaparon 4.796.245 de personas a otros países (según el Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU). El país que más refugiados recibió es Polonia (2,7 millones), seguida por Rumania (725.000). Reconocerse como exiliados es una categoría que jamás hubiesen imaginado, y es por eso que hasta el momento son 7 millones los desplazados internos en el país. 

Según la ONU, son 4.450 las víctimas civiles. A esa estremecedora cifra hay que sumarle los soldados caídos de ambos países: al menos 15.000 rusos y 4.000 ucranianos son las bajas estimadas por el servicio de inteligencia de Estados Unidos y la OTAN. Eso deja un saldo de 20.000 combatientes fallecidos en poco más de un mes de guerra. 

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Sin embargo, estos números estarían por debajo de los números reales. Los conflictos bélicos arrastran todo a su paso y, como consecuencia, llevar un conteo exacto de los que perdieron la vida se vuelve una tarea imprecisa e imposible. Un reporte queda desactualizado con el constante impacto de los misiles.

Unos pocos conquistadores de las cúpulas del poder, que mueven las fichas del tablero mundial, luchan sus propias batallas a favor de sus intereses, pero en detrimento de la vida de sus ciudadanos. Mientras discuten sus intenciones para moldear un acuerdo en las negociaciones, son los habitantes quienes esquivan las balas.

Nadie se salva en la guerra. Afecta a una casa, un pueblo, una ciudad, un país, una región, un continente y al mundo. Este in crescendo va arrasando con todo. En cuanto a la economía, por ejemplo, ya estiman que este conflicto bélico (“este”, porque hay muchas otras batallas que se libran en el mundo) reducirá el crecimiento mundial en un punto porcentual durante el primer año y aumentará la inflación prevista en 2,5 puntos (según la OCDE).

Esto deja al descubierto que todo es en exceso, incluso la información. Este es uno de los ámbitos que termina afectando a quienes siguen la cobertura y el minuto a minuto de las actualizaciones a través de sus celulares, de manera constante e inmediata.

Los datos ya no llegan tan solo por los cables de las agencias de noticias y los medios de comunicación masivos, sino que también provienen del periodismo ciudadano. Llegan datos “de primera mano” a través de los grupos de chat de Telegram donde hay locales. Como si fuese poco, puede que sea la primera guerra que se desarrolla en redes como TikTok, donde se intercalan los vivos de los ucranianos o de las fuerzas armadas con los tutoriales de maquillaje y recetas de comidas que se volvieron tendencia.

En este contexto donde la cantidad de información sobresatura, crece la posverdad y proliferan las fake news. Prima la emoción por sobre la data dura y se viralizan fotos y videos alterados que alimentan la falsa idea de que esto es una historia salida de Hollywood, con un villano definido y un superhéroe que salvará el día. Esta no es la nueva película de Marvel. Como suele suceder, este escenario político es complejo, los intereses en juego son múltiples y las versiones simplistas de esta historia atentan contra la posibilidad de comprenderla.

La realidad es más compleja y más profunda. Supera a la ficción y a los titulares.

Además, sucede que el terreno del combate se amplía y las armas simbólicas del poder operan en el plano comunicacional: murieron casi 2.000 civiles ucranianos por los tanques y la artillería, pero en el mientras tanto, entre los líderes políticos reina el leitmotiv donde se señalan entre sí y cruzan acusaciones para evitar responsabilizarse.

Queda en la razón individual elegir las fuentes adecuadas para informarse y no desinformarse; para comprender los datos y no compensarlos con opiniones fundadas en apreciaciones subjetivas o en un fanatismo por el sensacionalismo. Priorizar una visión poliédrica de la realidad y un análisis crítico (por sobre los titulares “anzuelo” y engañosos) es tarea de quienes comunicamos, pero también queda en la audiencia la elección de sus hábitos de consumo.

Por Tiffany Del Mastro

Licenciada en Comunicación Social. Es creadora de contenido y, como periodista digital, se dedicó a realizar una cobertura minuto a minuto de la Guerra Rusia-Ucrania a través de su cuenta de Instagram (@tiffydelmastro). Ahí es en donde construye un nuevo modo de hacer periodismo, libre de intereses y de sensacionalismo.

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