Gastón Zilberman / 4 minutos / Opinión
Es paradójico pensar que mis abuelos me comentaron a lo largo de mi vida, historias de sus propios padres y madres, escapando en el período entre guerras en el siglo XX. Hoy, con 21 años, estuve documentando con mi cámara y también con mis propios ojos, ese mismo éxodo, ocasionado por otro conflicto bélico. Pero estamos en 2022, casi 100 años después.

Sea por la importancia y visibilidad que se le da a todo lo que pasa en el viejo continente, por las consecuencias económicas a nivel mundial o por la gravedad real del conflicto, todos los ojos del mundo están situados hace un tiempo allí. Lo que está sucediendo, demuestra que más allá de que la especie humana está en constante desarrollo tecnológico y científico, estamos en retroceso como sociedad en cuanto a lo humanitario. Somos una especie que nos creemos la más elevada que habita el planeta pero al mismo tiempo dejamos de lado muchas cualidades que nos distinguen como la compasión, el cuidado del mundo y del otro.
Uno de los primeros momentos en que agarre la cámara fue con el proyecto solidario de mi colegio secundario, retratando una acción en una escuela rural de Ceibas, Entre Ríos. Ahí me di cuenta del poder de transmisión que tiene la imagen, y en ese instante no me hubiese imaginado todo lo que se fue desencadenando.
Hace ya dos años que mi carrera audiovisual tomó un rumbo bastante marcado para el lado humanitario. Estuve trabajando para la ONG Internacional CADENA, específicamente con la oficina de Argentina, en misiones humanitarias en todo el país, en el impenetrable de Chaco entregando agua, en la Patagonia posterior a los incendios de 2021, en Santiago del Estero. También haciendo edición de video para las oficinas de Colombia y México. Al trabajar con la documentación audiovisual de intervenciones humanitarias, uno se va comprometiendo más siente una mayor responsabilidad por darle visibilidad a través de la imagen a lo que uno presencia.
Recibí historias que inspiran
A mediados de marzo, me llegó la noticia de que había sido elegido por CADENA para ir por dos semanas a la frontera polaco-ucraniana a documentar una intervención de una magnitud histórica para la organización con los refugiados del conflicto bélico. Aquella responsabilidad de darle visibilidad a lo que sucede desde adentro en estos lugares superó ampliamente el lógico miedo e incertidumbre que sentí al enterarme que iba a sumarme al equipo. Antes de emprender el camino hacia la frontera, un familiar me preguntó por qué estaba yendo, y me quedé pensando un buen rato en aquella respuesta.
Podría quedarme en Buenos Aires, estudiando en la universidad en un lugar seguro, pero es la vocación y voluntad de someterme a esta experiencia de vida, no solo en lo profesional sino también en lo humano, que me lleva a trabajar en esto, no solo como fotógrafo y documentalista, sino también como voluntario en los momentos que no estoy con la cámara.

Esté contexto bélico lleva a que gente inocente a tener que abandonar su casa, su familia, su vida a dejar todo atrás, agarrar una valija y huir por sus vidas. Es imposible estar ahí, detrás de cámara, y no pensar que llevaría en esa valija. Esta gente llevaba a cabo su vida normal, y de un momento para otro, su vida cambió por completo. Tuve la oportunidad de trabajar en uno de los centros de refugiados con Dasha, una chica ucraniana de 21 años, que 3 semanas después de haber dejado Irpen (al Oeste de Kiev) estaba colaborando con una organización española ayudando a llevar a los refugiados a España de una manera sana y segura. Compartimos bastantes momentos, y es muy triste pensar cómo nuestras realidades que eran tan similares, ambos con la misma edad, mismas preocupaciones, pasaron a ser tan distantes. –“La guerra es muerte, muerte física o muerte de tu alma”–. Luego de grabar su testimonio, entre lágrimas, le pido que firme un documento para poder usar el material. Tenía que llenar sus datos, nombre, apellido, mail, “dirección”. Nos miramos y nos reímos, tal vez para no llorar. Ya no existía su dirección para poner, a la que comúnmente llamamos hogar.
Momentos como esté me ayudaron a poder procesar donde estaba, ya que durante mi estadía, intente conservar la concentración para poder realizar el trabajo para el cual fui enviado allí. Trabajar en esté contexto no fue para nada simple, documentar personas que estaban pasando por una situación de vulnerabilidad absoluta. Pero es necesario, para poder darle visibilidad a lo que les sucede. Muchas veces pasamos por alto quienes son realmente las víctimas, y tomamos consciencia de la gravedad del conflicto recién al escuchar o ver a los protagonistas en primera persona.

Una de las acciones llevadas a cabo por CADENA, es recibir a los refugiados que cruzan la frontera hacia Polonia en un corredor humanitario en conjunto con organizaciones de todo el mundo. Allí se entregan donaciones de primera necesidad, sino también se busca aliviar a la gente más allá de la situación traumática que se vive.
Hay ucranianos que viajan mucho tiempo en situaciones precarias para llegar a Polonia, y en la frontera se encuentran con filas de horas o días para poder cruzar. Cruzamos a Ucrania en bastantes ocasiones para poder entregar donaciones en la fila de migraciones y pude presenciar momentos de tristeza absoluta, en el cual familias se separan, porque los hombres entre 18 y 60 años no pueden cruzar. No saben cuándo se van a volver a ver, y ni siquiera si lo harán. Cruzan mayoritariamente madres con hijos con muchísima incertidumbre, a veces sin saber dónde dormirán esa misma noche. Esto no es la guerra, sino las consecuencias de ella. Esté conflicto deja heridas de por vida. Familias, historias y ciudades enteras destruidas.

Al cruzar la frontera, los refugiados se encuentran con un corredor humanitario en el que hay voluntarios de absolutamente todas partes del mundo, nacionalidades, creencias, religiones, unidos para ayudar. Más que en contra de la guerra, a favor de la humanidad. No solo se entregaron medicamentos, comida, abrigo, sino que se generó un ambiente alegre invadido con música, burbujas, globos y sonrisas. Retratar esos momentos fue una de las cosas más impactantes que viví, ya que, es una cara alegre de lo que está sucediendo. La guerra saca lo peor de algunos seres humanos, pero también lo mejor de otros, que dejan todo de lado como para poder dar una mano y cambiarle el futuro a las víctimas de esta guerra.

No fue una tarea fácil tomar dimensión de lo que estaba sucediendo estando en territorio, pero ya en camino a Buenos Aires, me di cuenta que estaba volviendo a mi casa, mi hogar. Lamentablemente hoy en día, mucha gente no tiene la posibilidad de volver a su casa. La migración es un fenómeno social, uno de los más antiguos del mundo, y no solo sucede hoy en Ucrania. No se puede ser indiferente ante estas situaciones. No solo en cuanto a la migración en países lejanos, sino a veces es importante empezar en el barrio de uno, o mismo en la cuadra en la que vive, el impacto que se puede generar.