Caterina Marroncelli / 4 minutos / Opinión
Desde chica estuve sumergida en distintos voluntariados. Creo que siempre me atrapó lo que eso significaba; el encuentro con un otro que te devuelve más amor incluso del que vos estás yendo a dar. Aunque, creo que nunca le pude encontrar explicación más que hacerle caso a eso que me hacía sentir hacerlo; plenitud.

Ya para el 2017 me había agarrado la idea de irme a hacer un voluntariado en África. Quería algo que me sacara de mis comodidades y fuera un desafío mayor el hecho de estar sola y en la otra punta del mundo. Ya para el 2019 empecé a contactarme con distintos lugares, pero ninguno me convencía. Creo mucho en las casualidades como para obviar el detalle de que un mes después me encuentro con una compañera que hacía años no veía y me cuenta que en unos meses se estaba yendo con un grupo de 50 argentinos, a hacer un voluntariado a Calcuta en India. Y apenas lo supe, decidí que me iba a ir. Trámite que va y viene; un mes después, el nueve de enero de 2020 me estaba yendo a cumplir un sueño.
Recibí historias que inspiran
Fueron meses de preparación gracias al grupo entero que permitía que hubiera encuentros para estar “más” listos. Pero creo que uno nunca está del todo preparado. Siempre va a haber más para aprender y nunca podemos saber con qué nos vamos a encontrar. Por eso creo que, con ganas y amor, es suficiente, aunque parezca un poco cliché. A pesar del miedo e incertidumbre que nos da lo desconocido, me fui y me bajé del avión esperando lo peor.

No sabes con lo que te vas a encontrar aunque en líneas generales vas escuchando cosas como encontrarte con un lugar sumamente pobre, sucio, caótico y con un olor tan fuerte que te invade las narices y se te impregna en la ropa. Escuchas que incluso ser “Blanco” es sinónimo de ser famoso y que las miradas pueden penetrar. Foto por aca y por allá, y el aviso de ser sumamente cuidadosos. Llegar a un lugar donde reina la posibilidad de encontrarte incluso, con gente muerta en las calles. Me acuerdo de ir al médico para darme todas las vacunas necesarias y que el profesional enumere cada una de las posibles enfermedades que podía contraer. Miedo, eso te genera y eso sentí cuando bajé del avión. También recuerdo la mirada de mis papás, que solo podían mirarme con pánico. “Vas a estar tomando mates y quizás las ratas te pasen por al lado” una frase que escuché un montón y que sí, sucedía. Pero vuelvo a lo mismo; en el momento no lo vivís de la manera que pensaste que iba a ser. Por lo menos, eso me sucedió a mí. Entiendo que a veces es mejor ir pensando y esperando lo peor. Sin embargo, el miedo infundido es mucho mayor de lo que realmente sucede allá.
No todo es como te lo dicen. Y más allá de que la descripción concordaba con todos los testimonios leídos, jamás quise salir corriendo. Sí, es caótico y cruzar una calle es sinónimo de arriesgarte. Con el tiempo te acostumbras. Es un caos, sí, pero se entienden en ese caos. Pobreza, hay infinita, pero también hay mucha gratitud y abundante amor. Creo que me atrapó y claramente más adelante iba a entender por qué.
Una vez que llegué, las monjas de caridad eran las responsables de asignar a los voluntarios a qué hogar asistir. Los primeros dos días, te llevan a un hogar para probar la experiencia. Luego de esos dos días podes postularte a los diferentes hogares. Cuando llegó el momento de postularse, tenía afinidad con algunos hogares que me habían nombrado y que yo había investigado, que eran aquellos en los cuáles habían niños y niñas que necesitaban asistencia. Pero, en mi caso, sucedió algo inesperado.

Me asignaron el mismo hogar en el que estuve los dos días iniciales probando la experiencia, un hogar que no estaba en mi lista. Ahí tomé conciencia de que realmente tenía un propósito y era ir al hogar que me habían asignado, el hogar PremDan; que significa “Regalo de Amor”. Un hogar de mujeres mayores de 40 años abandonadas, que necesitaban de cuidados como hacerles las camas, sacarles piojos, llevarlas al baño, poner las mesas, jugar con ellas, darles masajes, etc. Hacerles compañía. Era cien por ciento entendernos desde el amor, porque allá es simplemente eso.
Al principio, no entendíamos nada. Entender el manejo fue todo un desafío. Todo se hacía de determinada manera. No era lo mismo hacer las camas del primer piso que del segundo. Doblar un vestido no era lo mismo que doblar una remera, y parece algo pequeño, pero las “Mashis”, las cuidadoras del hogar, te lo hacían saber a base de señas, gritos o como sea necesario.
Por momentos era duro, por otros sentía que podía con todo. Fue encontrarme con otra realidad, en un lugar completamente nuevo, distinto, y tener que adaptarme a eso. Fue sorprenderme en cada momento. Era no poder creer como había gente sufriendo tanto pero en contrapartida regalando tanto amor y siendo agradecidos con todo. Fue un despertar de consciencia y un golpe a la realidad abrupto, pero necesario. Calcuta es la perfecta definición de “lo esencial es invisible a los ojos”. Porque te enamoras de esa ciudad, y no por lo que ves, sino por lo que sentís.
Esta experiencia me ayudó a darme cuenta de lo importante y lo que realmente vale la pena. Fue un aprendizaje constante y un desafío el hecho de tener que traer todo lo aprendido allá, a la realidad de acá, del día a día. Muchas veces no nos damos cuenta, pero no se trata solo de ayudar al que carece de algo material, sino que también de aquel que sufre de la pobreza emocional.

Para mí, fue hacerme consciente de lo afortunada que soy y de cuán necesario es estar al servicio de otro. Del que tenemos al lado, del que está lejos y de cada persona que necesita ser amada y contenida. Todos lo necesitamos.
Para mí, Calcuta es nunca dejar de preguntarnos cuatro cosas:
¿Somos realmente conscientes de todo lo que tenemos y agradecemos por aquello? ¿Somos capaces de darnos cuenta y ponernos al servicio de aquel que la pasa mal tanto material como emocionalmente? ¿Qué podemos hacer a nuestro alcance para ayudar? ¿Me permito a mí mismo incluso ser ayudado?
Una vez escuché “Querida Calcuta, recuérdame una vez más el sentido de esta vida, que la felicidad no la encontraremos en el tener o hacer, sino en el ser. En la sencillez del corazón y del amor” y para mí, con eso ya digo todo.