Maria Ducós / 2 min / Opinión

Si tan sólo nos diéramos cuenta que cada persona es un diamante en bruto ansioso por ser revelado, tal vez así la educación empiece a figurar en el top ten de nuestras prioridades.

“No se trata de llenar un recipiente, sino de encender el fuego”. Con esta frase, el poeta y dramaturgo irlandés William Butler Yeats, resumía lo que entendía por educación. Un término potente que nos cuesta dimensionar. Si me pongo a pensar, fueron muchas las personas que me contagiaron esas ganas de saber más, esa sed de conocimiento, esa curiosidad y ansias de aprender que siempre abren más puertas de las que nos imaginamos. Ahora también descubro que la educación es un tesoro que nos hace mejores personas y mejores profesionales sí, pero sobre todo nos pone al servicio de los demás.

Recibí historias que inspiran

Primero en la familia. Ahí aprendemos los valores transversales como el amor por el trabajo bien hecho, la disciplina al empezar y al terminar, el orden y la perseverancia. Acá nos damos cuenta que nuestras ilusiones, sueños y talentos encajan en el mundo en la medida en que sepan ser solución para otros. De ahí que nuestros esfuerzos en formarnos y capacitarnos siempre tengan como objetivo ser útil y aliviar la carga de los que nos rodean. Que nuestros conocimientos mejoren la vida de las personas es devolver algo de todo lo que recibimos.

Los buenos maestros, entonces, van encendiendo el fuego de a poco, porque de lo que se trata es de echar luz sobre esa identidad escondida, sin quemarla ni extinguirla, sino contagiando amor por las distintas ciencias y saberes. 

Y los maestros pueden ser muchos. Un padre que incentiva la lectura y la curiosidad; una madre que ofrece consejos desde la experiencia; un profesor que rescata ese talento personal para sacarle brillo; y hasta un compañero de estudio que es dedicado y tenaz con su deber. Todos ellos enseñan, transmiten pasión y emoción. 

Tal vez, después de haber recibido tanto, empecemos nosotros a ser maestros para otros, afinando la mirada en sus virtudes, dones y talentos. Ojalá podamos ser fuego que devele esas piedras preciosas que todos llevamos dentro.